Hoy vengo estresado.
La primera: facturar la maleta.
La segunda: el detector de mentiras.
La tercera: la eterna espera.
La cuarta: las turbulencias.
Si superas todas estas pruebas de paciencia, ¡Enhorabuena, el viaje de antiestrés puede empezar!
Es un día de aquellos que empiezas comiéndote las uñas y acabas por roerte el codo, como si fuera una peli de zombis al puro estilo de Tarantino.
Desde luego, el que inventó el estrés, se quedó agusto y tranquilo. Menudo marrón que nos ha metido el tío. Estrés en el trabajo, estrés en casa, estrés con la pareja...
Porque digo yo que esto tiene que ser un invento moderno de hace pocos años, la verdad, no me imagino a los hippies de los años 60 y 70 estresados escuchando música psicodélica de Jefferson Airplane. Aunque con tanta droga fumada y relaciones indiscriminadas entre todos, iba a ser difícil dedicar algo de tiempo al estrés.
¿Y como nos quitamos el estrés de encima?
Ansiolíticos está claro! Apostaría a que los hippies tienen algo que ver con ellos.
Bueno, realmente cada uno debe tener sus métodos y convicciones. Una de mis soluciones preferidas sin duda es... bueno, esto es un blog para todos los públicos y supongo que quieren que lo siga siendo, así que la segunda de mis preferidas es hacer unas buenas vacaciones.
Unas buenas vacaciones que, como buenas que son, comprenden un viaje de esos que te relajan tanto que llegan hasta anularte como persona activa que eres, de esas que vuelves tan relajado que apenas recuerdas como se llama tu jefe o lo buena que está la vecina del quinto.
Para buen viaje antiestrés, el último que hice a Egipto para saludar a Tut Ankh Amon.
Como todo viaje, ya desde el principio sabes el nivel de estrés que tienes acumulado gracias a las duras pruebas de la compañía aérea.
La primera: facturar la maleta.
Como cuando vas de compras al supermercado que, te pongas en la caja que te pongas, siempre la cagas. No hay forma de elegir la cola que irá más rápida. O viajas con Aramís Fuster o ármate de paciencia observando como el viajero de delante tuyo realiza mil preguntas y pone a prueba al personal de la compañía, que para más castigo, seguro es su primer día. El típico viajero que mosquea al personal para que cuando te llegue tu turno, éstos se ceben y descarguen toda su mala leche contenida contigo. Luego no es de extrañar que te envíen a la puerta de embarque equivocada y traten tu maleta a patadas hasta llegar al avión.
La segunda: el detector de mentiras.
"¡Piiiiip!- Deje sus objetos metálicos en la bandeja, por favor.- No si no llevo nada.¡Piiiiip!"
A ver... La máquina no engaña, macho. No digas que no llevas nada metálico, por lo menos sé sincero y no mientas. Deja la pistola y los machetes de Rambo asesinapilotos de aviones en la bandeja de plástico y deja de hacer más cola. Que encima, seguro que se trata del mismo que te ha puteado en la cola de facturación. ¿Se puede odiar a un desconocido?
Tu turno. Si pita, agárrate los nachos, la mirada del policía lo dice todo. Ya puedes empezar a desnudarte, que después del espectáculo del primer individuo, tu pagas los platos rotos seguro.
Después del cacheamiento y la exploración por recto anal, te fastidian la colonia, el agua, el liquido de las lentillas, el mechero,.. ¡Virgencita que me quede como estoy!
La tercera: la eterna espera.
No podía ser de otra manera, tu avión lleva retraso.
Empieza el juego de la desinformación. El personal de la compañía juega a ver quien aguanta más sin contar nada a los pasajeros, con ese temple que les caracteriza, impolutos y sin mostrar un ápice de pena. No debe ser fácil, eh!
Nadie sabe cuanto retardo lleva, que ha pasado, si saldrá el vuelo hoy o mañana, cambian varias veces de puerta de embarque para despistar. Ni mi ex daba unas largas tan mejoradas y bien depuradas! Eso es un personal bien preparado, si señor.
Debe de tratarse de una técnica antiterrorista. En caso de haberse saltado los controles anteriores, ahora es cuando los matan de aburrimiento. Ahora entiendo la tan clara expresión: "Hemos frustrado las intenciones terroristas". La técnica del frustramiento, no podía ser de otra manera.
La cuarta: las turbulencias.
Cuando embarcas en el avión, es cuando te das cuenta que la señorita de facturación se ha cebado contigo y te ha cogido manía. Te ha asignado el asiento del medio de la fila de tres. Ni el asiento lateral del pasillo para poder salir el primero, ni el lateral de la ventanilla para poder descansar la cabeza y dormir. Claramente, ¡A ido a por mi!... El del medio, y encima, a mi lado el pesado de facturación y del detector, ¿se puede pedir más?
Sí, se puede. Descansa su cabeza en mi hombro para dormir, ronca, suda, babea, huele mal y se marea en los aviones.
Porque cuando te preguntan: "¿Desea usted algo de comer o beber?"¿Nadie te avisa de las turbulencias posteriores?
La quinta: la maleta.
¿Que maleta? ¡Ah! la que han traído a golpe de patadas...
Típico, la eterna espera de la maleta. Está claro que las traen siempre con otro avión distinto porque,... ¡a la vez no llegamos, eso seguro!
Bueno, eso si tienes la suerte de que llega o que no se la lleva nadie por equivocación.
Si superas todas estas pruebas de paciencia, ¡Enhorabuena, el viaje de antiestrés puede empezar!
Llegas a la tierra sagrada de dioses y faraones, como si te hubieran metido un chute de Valium y vas sedado hasta la coronilla. El efecto deseado. Me pregunto si no hubiera sido mejor meternos el ansiolítico en casa tumbados en el sofá.
Preparado entonces ya, para el cambio de aguas y la adaptación alimenticia que tu cuerpo tiene que soportar en escasos días. Visitar pirámides y todos los servicios de los restaurantes y locales de El Cairo, que sin duda, es visita obligada.
Preparado entonces ya, para el cambio de aguas y la adaptación alimenticia que tu cuerpo tiene que soportar en escasos días. Visitar pirámides y todos los servicios de los restaurantes y locales de El Cairo, que sin duda, es visita obligada.
Acordaros sobretodo, de no beber agua que no esté embotellada. Por cierto, por una vez puedo decir orgulloso y sin tapujos que he sido el único de todo el grupo que no se ha ido de vareta: ¡Mamá, por fin puedo demostrarte que, lavarse los dientes todos los días no era tan bueno como parecía!
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